Buenos días bellas, ¿cómo estáis?
Al principio dudé ¿les interesará? Y después sentí que sí. Y lo primero que destaco es esta frase que se me quedó grabada el día que la leí: “La belleza siempre depende del que la mira”. Me enamoró porque es cierta. ¿Vemos lo mismo? ¿Existe una única mirada? ¿Una buena y otra que no?
Mi respuesta es que si puedes mirar, puedes ver belleza, la tuya, la que a ti te emociona. Y esa es la única que vale porque la Belleza es emoción. Y ¡qué gratitud cuando la sientes en todo tu ser! Esta es la belleza real, la que se cuela en tus entrañas y te hace gritar, sonreír, hablar de ella y compartir.
En Venecia, junto a mi querida amiga Mónica Custodio, fue justo eso, belleza y emoción. Antes trabajé dos días enteros en un pueblo en medio de la nada viendo telas, otra forma de belleza, y a pesar del cansancio decidí regalarme un día y medio más sólo de inspiración, de miradas. Sentía culpa al inicio (siempre aparece) pero me respondí: “es alimento, es nutrición” — y ello, junto al merecimiento que hoy siento (y no siempre fue así), me hizo dar el sí.
Porque: ¿Cuánto nutrimos al alma? ¿Le concedemos espacio a la belleza en nuestras vidas? ¿Podemos llenarlas de más belleza? Y lo nombro porque me di cuenta esos días de qué sobretodo depende de darle espacio, y de cuánto abierta sea esa mirada.
Y que incorporarla en nuestro día a día es lo que lo cambia todo. Podemos hacer un viaje sí, pero también podemos escaparnos una tarde a ver Arte, pasear y mirar hacia arriba, de frente, de lado, mirar de verdad con los sentidos, preparar una mesa bonita para el desayuno, la comida lo que sea.. Crear un entorno de belleza a nuestro alrededor en actos pequeños y fáciles.
Porque lo que vamos a sentir es mimo, cuidado y nutrición al alma. Y Amor. Y eso, pues bien vale nuestro tiempo. O al menos yo lo siento así.
Porque sólo cuesta eso, tiempo. Y unos ojos abiertos.
Con amor, Sandra